La Pachamama - De vez en cuando escuchás aquella voz-
Fué muy emocionante. No sé ni cuantos eramos, sé que convertidos en una multitud en el paroxismo de la alabanza, rodeamos ese escenario como a un altar sagradisimo, dándole la bienvenida a nuestra querida Negra Sosa que, como una madraza, nos mima (desde siempre) con sus canciones llenisimas de amor y esperanza. Teníamos al cielo, las estrellas, árboles, lagos, brisa, pequeñs nubes como gasas y una luna gigante y amarilla. Unos parados bailando, otros tirados en el suelo tarareando y tomando mate, otros trepados a los árboles como si fueran palcos de privilegio. Todas las edades, todos los colores, todos los generos únidos como en una celebración mística y alegre. ¡Ah! Si desde niños nos hubiesen enseñado a reunirnos así otra sería nuestra historia. En vez de misas (fuí educada dentro de un severo catolicismo) nos hubieran llevado al aire libre, a cantar canciones ligadas a nuestra historia de padecimientos, luchas y esperanzas sostenidas sólo por nuestro corazón. Es como con el reloj y los almanaques. Si desde niños nos hubiesen dado un telescopio y enseñado a mirar el cielo estaríamos mas conectados a la univesalidad de la que somos parte en vez de limitarnos a una maquinita a cuerda. Seríamos mas sabios, mas grandes.
Empezó con "Como la Cigarra". Y ya eramos todos hermanos que sabíamos que a la hora a la hora del naufragio y la de la oscuridad alguien te rescatará para ir cantando.
Además hubo invitados de lujo: Con Liliana Herrero cantaron como en un parto feliz, "Palabras para Julia" y con Horacio Molina , ya abrazados en el fuego melancolico del tango, "Cuando tú no estás". Mientras un argentino sin nombre te pasaba un mate, otro un porro y otro les pedía con mucho respeto (¡shhhh!, porfi) a los vendedores ambulantes que dejaran su pregón para los intervalos.
Como la negrita es la madre de todo aquel que quiera ser su hijo y como todos queremos ser acariciados por su arrullo, Dieguito Torres acompañó, emocionado el "Himno de mi corazón" (¡te extrañamos Miguel!). Ya para ese momento estabamos todos coreando, abrazados, emocionados, agradeciendo al cielo habernos prestado para la tierra algunas de sus estrellas. Para terminar de conmovernos, hizo su entrada, humilde y respetuosa, el genio de la música: Charly. Divino. Estaba peinadito, elegante y prolijo. Casi que no lo reconcemos, pero vieron que algunos niños se quieren lucir delante de sus madres. Y así estaba Charly, dispuesto a entregarle todo su amor y respeto a la Negra. Estallamos de júbilo y cantamos dejando también nosotros todo nuestro amor a ellos, los músicos que nos cuidan y sacuden el alma. Los grillos, el agua, las nubes y esa luna amarilla clamaban entre lágrimas y galopes del corazón “Cuando ya me empiece a quedar solo”, “De mí” e “Inconsciente colectivo”.
Hermanados en ese enorme fogón recuperé alegrías pasadas y me llené de sueños y esperanzas felices. No podría vivir en un mundo sin música.